domingo, 22 de julio de 2018

pobrecito osito




El osito volvió de la escuela sintiéndose muy cansado y desgraciado.
No quiero chocolate -le dijo a su madre la osa. El osito se sentó en el sofá y cerró los ojos-. Y tampoco quiero ver la tele.
Un pequeño osito de peluche aguardaba impaciente la llegada de un niño. Sus brazos extendidos anhelaban el tierno abrazo, sus peluditas orejas deseaban oír pequeños susurros diciendo un ‘te quiero’, su nariz husmeaba el aire sin cesar esperando la llegada del olor de la infancia, su barriguita rechonchona estaba inquieta por recibir aquel cariñoso achuchón que siempre le habían prometido. Sus ojos negros azabache, fijos, miraban al frente aguardando el cruce de miradas con un niño, pequeño como él. Su mamá le había vestido con un gran lazo rojo, propio de quien va a un gran festejo. Estaba preparado para el gran día. Así que, allí sentado, quieto, sin decir nada, esperaba con ilusión y esperanza el feliz encuentro.
Pasaron los días y el osito aguardaba impaciente…Esperó días y días, semanas y semanas, meses y meses…El pobrecito osito de peluche seguía allí, sentado, esperando… pero no llegaba a entender por qué nadie parecía fijarse en él, a pesar de que seguía con su mano extendida en busca de un simple abrazo. El osito escuchaba atentamente todas las conversaciones esperando oír en alguna de ellas aquel tan deseado ‘te quiero’. Mientras, sus ojos azabaches iban perdiendo su brillo y se iban quedando sin más lágrimas para derramar. Hasta que en un día de invierno ocurrió aquello que tanto esperaba…Se le acercó una señora llevando de la mano a un niño, un niño grande que caminaba despacio, tambaleante. El niño, de mirada ingenua, olía a dulce perfume. La señora le hablaba cariñosa mente, muy despacito. Debía ser un niño muy querido…
- ¡Quizás sea él! - pensó el osito.
Y tal como estaba predestinado, la tierna mirada del niño se cruzó con la mirada ilusionada del osito de peluche. La señora alzó el brazo, cogió el osito y lo acercó al niño. El niño grande abrazó al pequeño osito con la delicadeza con que se coge el algodón de azúcar, le besó repetidamente en la mejilla y no dejó de hacerle suaves caricias. En aquel mismo instante, ambos supieron que el cariño les había unido para siempre. Desde ese día en adelante, ambos pasaron los ratos más tiernos de sus vidas, apegados el uno al otro, en silencio, expresando su mutuo amor con dulces miradas y mimos. El pequeño osito y el niño grande se hicieron inseparables. Inseparables hasta el día del adiós.
Hoy el osito resta sentado, allí, quieto, en la cabecera de la cama del niño grande. Cuando la señora entra en la habitación no puede evitar abrazarle, aun cuando antes casi nunca lo había hecho. Ahora, sin embargo lo necesita…necesita abrazar al pequeño osito para volver a recordar el olor a infancia, para sentir la suavidad que se siente al acariciar su pelaje, para ver el brillo de la mirada de sus ojos negros…para poder decirle en un susurro ‘te quiero papá, cuánto te quiero’.
                                                    FIN
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Pobrecito ositp

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