El osito
volvió de la escuela sintiéndose muy cansado y desgraciado.
No quiero
chocolate -le dijo a su madre la osa. El osito se sentó en el sofá y cerró los
ojos-. Y tampoco quiero ver la tele.
Un
pequeño osito de peluche aguardaba impaciente la llegada de un niño. Sus brazos
extendidos anhelaban el tierno abrazo, sus peluditas orejas deseaban oír
pequeños susurros diciendo un ‘te quiero’, su nariz husmeaba el aire sin cesar
esperando la llegada del olor de la infancia, su barriguita rechonchona estaba
inquieta por recibir aquel cariñoso achuchón que siempre le habían prometido.
Sus ojos negros azabache, fijos, miraban al frente aguardando el cruce de
miradas con un niño, pequeño como él. Su mamá le había vestido con un gran lazo
rojo, propio de quien va a un gran festejo. Estaba preparado para el gran día.
Así que, allí sentado, quieto, sin decir nada, esperaba con ilusión y esperanza
el feliz encuentro.
Pasaron los días y el osito aguardaba impaciente…Esperó
días y días, semanas y semanas, meses y meses…El pobrecito osito de peluche
seguía allí, sentado, esperando… pero no llegaba a entender por qué nadie
parecía fijarse en él, a pesar de que seguía con su mano extendida en busca de
un simple abrazo. El osito escuchaba atentamente todas las conversaciones
esperando oír en alguna de ellas aquel tan deseado ‘te quiero’. Mientras, sus
ojos azabaches iban perdiendo su brillo y se iban quedando sin más lágrimas
para derramar. Hasta que en un día de invierno ocurrió aquello que tanto
esperaba…Se le acercó una señora llevando de la mano a un niño, un niño grande
que caminaba despacio, tambaleante. El niño, de mirada ingenua, olía a dulce
perfume. La señora le hablaba cariñosa mente, muy despacito. Debía ser un niño
muy querido…
- ¡Quizás sea él! - pensó el osito.
- ¡Quizás sea él! - pensó el osito.
Y tal
como estaba predestinado, la tierna mirada del niño se cruzó con la mirada
ilusionada del osito de peluche. La señora alzó el brazo, cogió el osito y lo
acercó al niño. El niño grande abrazó al pequeño osito con la delicadeza con
que se coge el algodón de azúcar, le besó repetidamente en la mejilla y no dejó
de hacerle suaves caricias. En aquel mismo instante, ambos supieron que el
cariño les había unido para siempre. Desde ese día en adelante, ambos pasaron
los ratos más tiernos de sus vidas, apegados el uno al otro, en silencio,
expresando su mutuo amor con dulces miradas y mimos. El pequeño osito y el niño
grande se hicieron inseparables. Inseparables hasta el día del adiós.
Hoy el
osito resta sentado, allí, quieto, en la cabecera de la cama del niño grande.
Cuando la señora entra en la habitación no puede evitar abrazarle, aun cuando
antes casi nunca lo había hecho. Ahora, sin embargo lo necesita…necesita
abrazar al pequeño osito para volver a recordar el olor a infancia, para sentir
la suavidad que se siente al acariciar su pelaje, para ver el brillo de la
mirada de sus ojos negros…para poder decirle en un susurro ‘te quiero papá,
cuánto te quiero’.
FIN
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